iba a titular esto "Maná me la mama", pero me pareció un punto basto.
En fin, que me quedo con esa impresión tras soportar una hora justa del concierto de Maná. Los mexicanos son los grandes embaucadores del stadium rock. Incluso, como tantos otros figurines, ocultan sus carencias ante un ejercicio de pirotecnica, efectos visuales y pantallas de leds que al final se convierten en lo realmente importante del concierto. La música queda por debajo del espectáculo.
Uno corre el temor de ir en contra de la opinión de las casi 40.000 personas que, dice la organización y me lo creo, abarrotaron el estadio Heliodoro Rodríguez López el jueves 12 de julio, pero tampoco es plan de ponerse más basto recordando el famoso refrán de las moscas y su pasión por la mierda.
Cuando asisto a estos actos de mesianismo colectivo, me reafirmo en mi idea de que, en música, prefiero ser un pesado elitista que un simplón convencido.
Maná, en definitiva, me parece una puta mierda de grupo: repetitivo, pretencioso, demagógico, exagerado, en absoluto inspirado y que se camela al público con la típica canción que se resume en "no soy nada sin tu amor", una gilipollez como la copa de un pino. ("La mejor relación de amor es la que vives contigo", Carrie Bradshaw, viva el egocentrismo).
Confieso que durante la hora de concierto que aguanté (dicen que el asunto acabó a las dos horas y media, y luego ellos pretenden que lo soportemos), sentí deseos homicidas y suicidas. Deseé que el miembro del grupo que escribió una tontería de canción sobre que tú me salvaste del infierno, pues en realidad cayera en el infierno. Deseé que Fher se sacara un ojo con una cuerda de guitarra rota. Deseé que el set de batería se viniera abajo en medio del insufrible solo de percusión de diez minutos. Al bajo de Maná le deseé que buscara otro grupo, porque el pibe se nota un montón que está hasta los cojones. Es el único que tiene cara de inteligente y que no hace morisquetas durante la actuación. Se limita a tocar a lo Bill Wyman, con cara de palo. Al guitarra también se le nota algo que pasaba por ahí, pero bueno, es el guaperillas de la banda.
En fin, que si en alguno de sus momentos orgiásticos se hubiera hundido el escenario, mi aplauso habría sido estruendoso.
Ahora me tocará hacer una crónica para el periódico, pero creo que seré ético y lo dejaré en una columna de opinión, por un mínimo de honradez con el público y con esta profesión. No tengo el cuerpo para hacer la crónica de un grupo tan nauseabundo ni de un concierto tan pésimo.
Espero que los Maná no manen más. Y a ver con qué gracia nos sorprenden en nuestra ración de "concierto masivo latino" para el próximo año en el Heliodoro. Puestos a comparar, habría sido la otra cara de la misma moneda ponernos en el mismo sitio a Fito y Calamaro. Cualquier cosa, incluso Dover, antes que estos coñazo de Maná.