Cuánta paciencia, miércoles 16 de diciembre de 2009
Parece mentira, hay alerta amarilla y están ustedes ahí, escuchándonos, y nosotros aquí, emitiendo en esta radio. Alerta amarilla, ¡alerta amarilla! ¿Es que no se enteran? Que va a llover y no se puede hacer nada de nada. Vamos a ver, se puede ir a trabajar y llevar a los pibes a la escuela, eso no se suspende, pero todo lo demás, cualquier acto público se suspende porque va a llover, al menos eso es lo que ocurre con cualquier aviso naranja, amarillio, verde o lo que sea. Imaginen lo que pasaría si los organizadores de actos públicos canarios trabajaran en San Sebastián, Galicia o Dublín, en cualquier lugar lluvioso del mundo que ustedes piensen. Vivirían en la total parálisis. Hay lugares en el mundo donde llueve durante muchos días del año, otros lugares donde incluso nieva, fíjense ustedes, de manera cotidiana, y no se paraliza nada. Pero en estas tierras latinas cualquier aviso de lluvia genera la parálisis y la locura, y eso que llevamos un par de años de aviso con lluvias torrenciales y nevadas intensas en invierno. Pero no, tendrán que pasar décadas hasta que aprendamos, parece.
Décadas también hasta que aprendamos a construir las cosas para que también aguanten un aguacero más o menos copioso. Porque no deja de ser gracioso ver obras recién terminadas que con las primeras lluvias, quedan colapsadas por el agua que no se evacua. O sea, por un lado las instituciones se ponen muy nerviosas cuando llueve, pero por otra parte no se hace mucho por evitar el efecto de esas lluvias, otra contradicción de la vida moderna.
Mientras tanto, seguiremos moviéndonos a golpe de psicosis, con la impresión de que cualquier aviso -que no alerta, meteorológico- sea del color que sea, motivará un disparate de histerias, suspensiones de actos y demás tonterías. Mientras tanto, nadie nos quita de venir a trabajar, cosa extraña. Mira, y nosotros que pensábamos que el invierno era aburrido.
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