Cuánta paciencia, miércoles 27 de enero de 2010
El revuelo causado por el cierre temporal de El Bulli durante los años 2012 y 2013 demuestra que el gran espectáculo culinario al final logró el impacto que buscaba. Me quedo con el comentario de Santi Santamaría: es todo un rollo mediático. Y tanto. Todo ahora es un rollo mediático. Adriá tiene muchos méritos, y no tiene la culpa de los miles de malos imitadores que surgen en cualquier lugar del mundo. A Adriá se le cita más por esnobismo que por conocimiento. Pocas son las personas que pasaron por el Bulli, y de hacerlo, más de uno se llevaría una mayúscula decepción. Adriá es la punta de lanza de una cocina española moderna y atractiva, pero es un elemento más de una revolución que comenzó hace bastante tiempo y en la que están metidos muchos cocineros.
Cargar toda la fuerza de una gastronomía tan importante como la española en un único chef o un único restaurante es bastante mezquino. Realmente los buenos profesionales tienden a alejarse de la revolución de Adriá, aunque bien que se apropian de algunos de sus hallazgos.
Lo curioso es el momento escogido para su retirada, justo cuando esta crisis económica devuelve el protagonismo a una cocina tradicional pero bien elaborada, a los platos de cuchara de toda la vida, para entendernos. Mientras tanto, en Canarias seguimos lastrados por una ignorancia gastronómica enorme, donde la labor de unos pocos esforzados en la necesaria remodelación de la tradición isleña tropieza con una masa consumidora que solo buscar entullo, poca calidad y precios mínimos. Nos falta la cultura suficiente como para considerar un dinero gastado en una cena, aunque sea cara, como una grata inversión en nuestra felicidad. Porque al final los cocineros trabajan sobre todo para nuestra felicidad. Y es hora de que el señor Adriá saque tiempo para ser algo más feliz.
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