Cuánta paciencia, miércoles 22 de junio de 2010
Qué manía con el asunto de curar la homosexualidad. La lógica es sencilla. Algún integrista homosexual podría decir que al contrario, que la heterosexualidad tiene cura y que dejemos sacar al gay que llevamos dentro. Incluso hay una corriente de pensamiento filosófico que buscar derribar las barreras de los límites sexuales impuestos por la sociedad, lo llaman la revolución contrasexual. Dicen que no deberíamos ser ni homo ni heterosexuales, sino todo lo contrario, y que en realidad aceptamos estas parcelas hetero y homo porque son correctas dentro de nuestro entramado social.
Parece claro que la homosexualidad todavía no está muy aceptada, en vista del revuelo causado por la famosa clínica de Barcelona que dice curar la homosexualidad, y reacciones como la del político de Convergencia Durán i Lleida, que pide respeto y ayuda para las personas que de la homosexualidad se pasan al rollo hetero. Se medio escandaliza Durán i Lleida porque cada vez que alguien sale del armario, se monte una fiesta, pero que en el sentido contrario, nadie se ponga contento. Durán se olvidó ya de que hace pocas décadas las homosexualidad estaba penada con cárcel en muchos países democráticos, y que incluso hoy en día, en ciertos estados es delito. Así que el signo de la celebración parece claro. Menos mal que Durán no califica la homosexualidad como enfermedad, hombre, feo estaría.
Todo esto deja la sensación habitual de que cierta parte heterosexual de esta sociedad se siente atacada por las reivindicaciones homosexuales, y que de vez en cuando saltan estupideces del tipo de que la homosexualidad se puede curar, curiosamente rezando. No queda otra que soportar estas salidas de tono, y protestar contra ellas, en eso está basada nuestra democracia, en aguantar las muestras de intransigencia de todos. En Israel tienen que soportar las demandas de los ultraortodoxos judíos, que entre otras gracias solicitan la prohibición de los trajes de baño, que las mujeres viajen separadas de los hombres en los transportes públicos y que todas las tiendas cierren en Sabat. Por desgracia, tenemos que dejarlos que se quejen, pero no podemos tolerar que consigan ninguna de sus reinvindicaciones.
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