miércoles, 16 de diciembre de 2009

El mal español del desayuno

Cuánta paciencia martes, 15 de diciembre de 2009

Los hoteleros prevén ya unas perdidas disparatadas de dinero por culpa de la ley antitabaco. Siempre nos ponemos en lo chungo y siempre que se plantea un avance, salta algún colectivo que se siente perjudicado. Si uno le hace caso a los hosteleros, los únicos que salen a tomar café, a cenar por la noche o de marcha y a beber copas son los fumadores. Los comentarios en las noticias de Internet, que son un curioso baremo del impulso social, recogen muchas opiniones de personas no fumadoras que dicen que gracias a esta ley volverán a salir a tomarse una caña con un pincho, una costumbre fantástica que nunca se consiguió establecer en Canarias. Así que a lo mejor a los hoteleros les pasa al revés, que recuperan mucha clientela que no iba a tomarse algo en el bar de turno para no quedarse ahumado.

Porque en este vaticinio de los hosteleros, parece que no están contando las carretadas de dinero que les entran por esa costumbre tan española del desayuno a media mañana. Se cuenta una anécdota jugosa de la entrada de España en la Unión Europea. El primer grupo de funcionarios españoles que fue a trabajar a Bruselas se reunió en su jornada de trabajo inicial en el hall del edificio de oficinas belga a eso de las once de la mañana con la idea de salir a desayunar. Se encontraron con las puertas del edificio cerradas. Le preguntaron a un bedel y el caballero, al saber de las intenciones del grupo de funcionarios españoles, les preguntó que si ellos no desayunaban en su casa. En todo el mundo civilizado, los trabajadores desayunan en sus casas, salvo en España. En todo el mundo civilizado, los trabajadores se despiertan con hambre, con tanta como para mandarse el típico desayuno anglosajón en algunos lugares. En España no, porque el trabajador medio español está aquejado de una extraña bacteria exclusiva de este país, un mal que están analizando laboratorios médicos de todo el mundo y que se revela por un síntoma común, esa fantástica excusa de: “No, yo no desayuno en mi casa porque nada más levantarme no me entra nada”. Dicen que de los Pirineos para arriba, este síntoma no se registra. Qué cosa tan rara.

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