miércoles, 11 de noviembre de 2009

El volador mago

Cuánta paciencia, martes 10 de noviembre de 2009

En esto de la información conviene no lanzarse, y sobre todo conviene cada cierto tiempo regresar a ciertos temas. Hace tiempo, una chica lanzó una denuncia por acoso contra el alcalde de Valle Gran Rey, en La Gomera. Al poco, esa chica entró en el programa ‘Gran Hermano’ y de la denuncia se sabe bien nada. Quienes se lanzaron a crucificar al alcalde no se lanzaron demasiado a comentar la jugada mediática de la chica. Por ahora, de la denuncia lo que se sabe es que sigue pendiente de juicio, pero la maniobra televisiva de la concursante gran hermanística dicta sentencia por sí sola.

Otro caso de hoy mismo lo tenemos con el incendio de La Palma, primero fueron los voladores, luego según el propio Cabildo no fueron los voladores y ahora vuelven a ser los voladores. Ya me dirán ustedes. Los tres imputados por la jueza dejan en ridículo al mismo cabildo palmero y desvelan el provincianismo con el que a veces nos movemos en Canarias. Queda la sensación de que la máxima institución palmera, que dijo que no tenía indicios claros sobre el origen del fuego, no quería señalar a sus convecinos como responsables del incendio. Pero de nuevo se demuestra que el maguerío dominante es la posible causa de muchos de los grandes problemas de las Islas. El maguerío dominante invita a tirar voladores, por ejemplo, cuando no puede hacerse. El maguerío motiva que durante las fechas de verano, cuando más calor hace y menos humedad se respira, la comisión de fiestas de turno o el matado de turno prefieran llevar a un coche de bomberos para que esté ahí mirando a simplemente suspender la peligrosa quemada de pólvora.

Todavía queda el resto del proceso, o sea, saber si cuatro puñeteros voladores estuvieron a punto de quemar media isla de La Palma. Pero el desastre palmero no deja de ser el anuncio de algo que ya sabíamos, el cariño por la naturalaza no se puede quedar en unas simples lagrimitas cuando pega otro fuego en el monte, el cariño por nuestro entorno es una cuestión de filosofía, y curiosamente los primeros agresores del campo son los que viven en él y de él.

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