miércoles, 13 de enero de 2010

Jesus loves you more

Cuánta paciencia, martes, 12 de enero de 2010

Yo quería hablarles de la iniciativa de cada vez más universidades españolas, que cuelgan sus apuntes en Internet. Claro que si un profesor cuelga apuntes en la red, ¿a qué demonios se acude entonces a las clases? Pues a aprender, no a poner en práctica la velocidad taquigráfica. Eso de tomar apuntes tiene su lado bueno. Este que les escribe desarrolló una extraña capacidad para tomar notas a la vez que pensaba en otra cosa, y esa habilidad explica el resultado de las conferencias de prensa en esta tierra: los periodistas parecen interesados, pero en realidad toman notas, piensan en otra cosa y luego escriben algo un poco tostonazo sobre un tostonazo.

Pero la noticia de estos días es el tema de Mrs Robinson, ya lo saben, la mujer del primer ministro de Irlanda del Norte, un partido sobre todo protestante, que tuvo un par de líos extramatrimoniales. Hasta aquí, todo podríamos decir que normal. Pero el problema llega cuando Mrs Robinson empleó su condición de primera dama para conseguir que a uno de sus amantes le dieran la concesión administrativa de una cantina en un parque. Además, con sus contactos, consiguió que un par de empresarios le prestaran dinero al muchacho casi a fondo perdido.

Ahí lo tenemos de nuevo, la extraña concepción del reducto público como la finca privada. Todos los días tenemos nuevos ejemplos de corruptelas, de pequeños siseos o de gigantescas operaciones que hacen realidad eso que siempre se denuncia del espolio de todo lo público. Y parece que no hay arreglo posible porque el alma humana es así, alocada y tendente al egocentrismo, irresponsable y con poca capacidad de entendederas cuando se habla de dinerito. Bueno, sí que hay arreglo, y es un control excesivo, una regulación sobre el funcionamiento de los responsables públicos tan agobiante que impida cualquier salida de tiesto. Hay otra solución, tengo un amigo que habla del anarquismo capitalista, pero si no nos fiamos de nuestros congéneres para gobernarnos, tampoco nos fiaremos para no gobernarnos.

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