Cuánta paciencia, jueves 21 de enero de 2010
Mira que nos gustaban los embutidos de Vic y mira que el ayuntamiento se empeñó en acabar con la buena imagen del municipio. Ahora, después de la protesta colectiva, Vic recula y acepta empadronar a emigrantes, o sea, a personas. Esto de las leyes es una puñetería porque impide a las personas ir donde les parece. Por esto de las leyes y de las fronteras, nosotros como europeos podemos ir a otro país de la Unión, pero desde que nazcas ahí enfrente, en África o en esa América que acogió canarios por miles hace décadas, pues resulta que ya no puedes viajar tan ricamente.
Dice que España sufre la crisis, pero no se lo crean, España es un país rico donde se vive de manera fantástica. Solo los países ricos se permiten mirar a los emigrantes por encima del hombro. España se convirtió en un país que mira con desprecio y desconfianza a aquellos que vienen aquí a buscarse la vida o a pasar un rato. La colección de visados y autorizaciones que debe sacar cualquier ciudadano latinoamericano sin nacionalidad europea es tremenda, incluso absurda. Ustedes pueden ir a las pescaderías de cualquier hipermercado y ver el pescado procedente de Senegal que se vende como oferta. Un amigo me lo decía: el pescado sí que nos llega, pero no queremos a las personas.
Ahora la emigración es cuestión de actitud política. Mientras un gobierno que se dice socialista, agobia con sus leyes y con su presión policial, una oposición de derechas afina las armas contra la gran lacra, contra el gran peligro, contra el chivo expiatorio de la emigración. Es una víctima ideal, débil, poco quejicosa y encima casi sin derechos. Ya se levantó la veda, y prepárense para lo que llega, nos lo dirán de muchas maneras pero el mensaje es el mismo: la culpa de todo es de ellos, no nuestra.
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