Cuánta paciencia, martes 13 de julio de 2010
Estamos tan contentos o tan enzarzados en las polémicas tras el mundial de fútbol, que nadie se dio cuenta de que es martes y 13. Una chorrada de día, hasta el punto de que para los anglosajones el día de la mala suerte es, como saben, el viernes 13. En fin, que en esto de las supersticiones nos quedamos con los verdaderos supersticiosos, tan suyos que manejan manías individuales en absoluto extensibles.
Pero este martes y 13 se va cerrando con interesantes noticias. Como que se abra por fin el museo de Atapuerca, un verdadero logro Mundial que nos permite conocernos mejor, casi tanto como el fútbol, o que a Enrique Urquijo, que fuera cantante de Los Secretos, le acaban de poner una calle en Vicálvaro, una de esas ciudades donde vive la gente que no vive en Madrid pero que tiene a Madrid a tiro, una frustración o una ventaja, según cómo se mire.
De vez en cuando, algún alcalde se confunde y le pone una calle a alguien lógico, o se la quita a alguien absurdo. Los lelos dicen que no hay que cambiar los nombres de las calles, porque eso es historia. Se equivocan, las calles son homenaje o son cualquier otra cosa. Menos mal que el alcalde de turno de alguna ciudad canaria no tuvo la ocurrencia de dedicarle una calle a Hitler en 1940 tras su victoria contra Francia.
Lo lógico es que las ciudades latinas estén llenas de nombres de personas de las que se sabe poco. En algunas localidades cautas, bajo el cartel de la calle ponen una breve descripción. Luego está la solución menos drástica, como la que cometió hace tiempo Las Palmas de Gran Canaria o hace demasiado poco tiempo Santa Cruz de Tenerife, cuando quitó nombres de la dictadura y puso denominaciones genéricas. Un músico no parece mala solución, hace músicas y si no es tonto, huye de las polémicas. Todo esto a la espera de la nueva moda en las calles: los deportistas. Porque a Iniesta y compañía los usan como nombres de pabellones, a Pedrito ya le colaron uno en Arico, pero por suerte nunca nos acordamos de ellos para nombres de calles, menos mal, porque seguro que es una historia vivir en la calle Sara Carbonero. ¿Cómo, que esta chica no juega al fútbol? Pues entonces no entiendo nada.
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