Cuánta paciencia, viernes 10 de septiembre de 2010
Hoy tenemos a Kiko explicándoles a ustedes cómo son esas cosas de volar entre islas. Hace unos días les hablé de que esto de los viajes por avión se está convirtiendo en chiste del que nadie se ríe. Las compañías se dieron cuenta hace tiempo que el proceso de trasladarse nos importa un pimiento, que lo que nos gusta es estar allí. Así que si nos maltratan bastante en ese proceso, no nos vamos a preocupar mucho. El síndrome low cost es así, y por desgracia se está aplicando a muchas facetas de la vida. Se pierde el respeto por la persona que paga. Se entiende que se paga solo porque se le traslade. En todo lo demás, te tratan como la peor basura. Al genial propietario de Ryanair habría que desterrarlo en Marte, y a ser posible en una nave espacial que durante los dos años del trayecto le aplique las mismas medidas con las que él abusa de sus clientes. Dos años de sufrimiento Ryanair, qué bestia me pongo.
Estamos desarrollando una alergia a los aeropuertos. Hay gente que se marea ante la mera idea de que ese día va a coger un barco. Y existen personas que empiezan a tener dolor de cabeza y derrote físico la víspera de coger un largo vuelo hacia unas vacaciones. Encima los canarios pagamos el pato de las famosas conexiones en Madrid en un aeropuerto de Barajas que es una oda al diseño disparatado y al parcheo constante.
Pero contamos con un pequeño refugio. Las compañías interinsulares, entre ellas esa Binter que hoy acoge a Kiko, dan la impresión de que se resisten en caer en esas prácticas, nos siguen tratando como a personas, siguen siendo comprensivos y solucionando problemas con diligencia, se mantienen flexibles en cambios de vuelos. Hacen bien, porque el día en que quiten la chocolatina o el paquete de manises, estará todo perdido.
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