lunes, 14 de septiembre de 2009

Cuánta paciencia, viernes, 11 de septiembre de 2009

¿Es posible hablar mal de The Beatles, buscarle fallos, achacarle algún desliz? Desde un criterio musical es imposible, igual que es imposible meterse con Beethoven o acabar con la importancia de Don Omar en el lanzamiento del reguetón, estilo por fortuna reconvertido y ya demodé. Pero gracias a la actual fiebre Beatle afloran las voces en contra de The Beatles, como es habitual, en forma de grupo de Facebook y en la pluma de algún periodista con ganas de perder el tiempo y de hacer un poco el ridículo. Son periodistas británicos para más señas, porque los periodistas españoles están más pendientes de Belén Estaban, de las medidas cautelaras, de su hija o de una montaña canaria con nombre de vacilón.

Hay varias cosas que sí se pueden achacar a The Beatles o a su entorno. Por ejemplo, la racanería con la que se maneja su legado, como demuestra que ahora, en plena muerte del CD, se decidan a lanzar sus discos remasterizados, que ya les vale. O que su sombra alargadísima impida, a muchos de sus oyentes aburridos, conocer otros grandes grupos de la invasión británica, empezando por sus rivales, The Rolling Stones, o por los simples y embelesadores The Kinks, en un listado del que podríamos estar media hora diciendo nombres.

Pero el único problema de criticar a The Beatles es que ellos mismos lo hicieron antes, lo hizo John Lennon, en una entrevista poco cantes de morir asesinado, donde expresó sus dudas sobre todas y cada una de las canciones de The Beatles. Lennon, eterno inconformista, uno de los verdaderos genios globales de nuestro tiempo, fue capaz de ponerle un matiz a prácticamente todo el legado de doscientas y pico canciones de los cuatro chicos de Liverpool, criticó las composiciones de su amigo y rival Paul McCartney y fue especialmente duro con sus propias obras. Esa capacidad de autocrítica, poco habitual, créanme, en la creación musical moderna, es otro de esos detalles que los convierte en los más grandes de la historia. Así que a escuchar, a divertirse y a dejarse de bobadas.

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