Cuánta paciencia, viernes 27 de noviembre de 2009
Hoy puede haber muchos temas, pero todos miramos a el tema, a la muerte de Aitana, una niña de tres años. Siempre nos sorprenderá la reacción de la gente, y seguro que ustedes intentan sobrellevar el nudo en el estómago mientras contemplan la colección de reacciones de amigos y allegados. No hay nadie hoy en Canarias que no se sienta asqueado y triste. Sale en todas las conversaciones, y demuestra que el ser humano es bueno, que está por encima de toda esta basura, que somos mucho mejores aunque los que acaparen la atención informativa por desgracia sean los malos.
La reacción sentimental hay que dejarla ahí, en esa manera de contener las lágrimas cuando descubres nuevos y peores detalles de una vida arrasada con apenas tres años. Todos conocemos a niñas de tres, de cuatro años, y por eso esa sensación de boca seca, ese vómito ahogado, todavía se hace peor.
Lo que conviene evitar siempre es que nuestros sentimientos le puedan a la razón. Dicen que para eso tenemos la ley. Intentamos manejarnos con unas leyes lo más correctas posibles. Esas leyes emanan, y a la vez crean el modelo social que tenemos. Ésta no es una sociedad vengativa y violenta. Es una sociedad democrática y comprensiva. Al menos así la entendemos muchos ciudadanos. Por desgracia, y por esta confusión ente sentimientos y racionalidad, por esa tentación de dejar opinar a todo el mundo, llevamos unas horas oyendo verdaderos disparates sobre lo que se debería hacer o no al presunto, repito, presunto autor de la muerte de la pobre Aitana. Presunto asesino, ya no violador porque las primeras pruebas dicen que no hubo agresión sexual. Por eso no podemos aventurar reflexiones ni lanzar acusaciones con tanta velocidad, porque todavía no está todo tal claro. Un suceso de este calibre saca demasiada bilis, y lo peor es que alguien se sienta en la tentación de instrumentalizar esa bilis. Imponer penas de muerte o endurecimientos desmedidos de penas no va a solucionar ningún problema. No hace falta recuperar el ejemplo de un país como Estados Unidos, con muchos asesinatos, con pena de muerte, pero con demasiada violencia. No queremos eso. Lloremos, pero no insultemos.
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