Cuánta paciencia, miércoles 2 de junio de 2010
En esta grandiosa hipocresía en la que nos toca vivir, quizá sea el mundo de la política el más mentiroso de todos. Ustedes pensarán mira el Ledesma, pero qué espabilado que está hoy, contándonos que la política es una trola monumental. Hombre, eso lo sabemos todos y sus principales actores, los políticos, se empeñan en demostrarlo cada día.
Hay pocos recursos para conocer lo que en realidad pasa por la cabeza de un político con un mínimo de responsabilidades. Están las confesiones a ciertas personas de confianza, que son pocas. Están también las confesiones a ciertas horas y con ciertas copas de más, que son más difíciles. Pero en fin, más allá de ligarse a un político o de sacarlo de cena, que tampoco merece la pena el esfuerzo para el resultado, hay otros mecanismos modernos para saber lo que en realidad piensa un político medio.
Tenemos las fabulosas escuchas telefónicas que de vez en cuando se hacen públicas en el marco de ciertas investigaciones, escuchas que siempre se dan aire por el interés público, nada que ver las pretensiones políticas en todo esto. Ahí vemos esos paliques sobre perritas que van y perritas que se quedan ellos, los imputados. Qué mal hablan todos en esas conversaciones grabadas. Está clara que la habilidad para medrar es inversamente proporcional a la capacidad lingüística.
La otra manera de conocer la verdad política es el famoso micrófono abierto cuando el político no sabe que está abierto. Esperanza Aguirre es la última víctima de esta encerrona, aunque a la presidenta de la comunidad de Madrid le sobran ocasiones para demostrar sus habilidades. Nos repetimos, pero en pos de una democracia de mayor calidad, solo quedan dos recomendaciones: una que ya la hicimos, escuchas permanentes a los teléfonos de los políticos, y otra que pedimos ahora, que a los políticos les quiten el coche oficial y les pongan un micrófono abierto permanente.
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